Apostando por uno mismo

En junio de 2010, opté por apostar en mi mismo y sacar adelante un colegio de Abogados, más conocido como «WITHLAW». Cada día era una invitación a superarme hasta que un día la profesión empezó a ser automática, rutinaria y con poco espacio para la improvisación o creatividad. En ese instante, supe que necesitaba algo más. Necesitaba un cambio.

Dicen que entre el Amor y la Obsesión hay una delgada línea que las separa y que lo que puede empezar con amor puede acabar siendo una obsesión. El reto está en no llegar a ese punto crítico de confusión entre una y otra cosa, pues alguien dijo que “El amor es un estado mágico que ayuda a vivir, la obsesión en cambio puede llegar a ser mortal”.

Mis inicios:

Me encantaría poder decir que en la Facultad de Derecho fui la mejor de mi promoción, que mis profesores todavía hoy se acuerdan de mí y que al salir de la Universidad, los mejores despachos de abogados hacían cola para ficharme en su equipo. Pero sería mentir.

La verdad es que mi paso por la Facultad fue bastante normal. Iba todos los días a clase, tomaba apuntes y estudiaba mucho para estar orgullosa de mis Notables, Sobresalientes y Matrículas de Honor. Era muy tímida, ¡Sí! muy tímida. En parte, me parecía interesante serlo dado que así pasaba desapercibida. Hasta que ese estado de invisibilidad llegó a aburrirme. Fue entonces cuanto empecé a buscar algo de emoción. Las Simulaciones del parlamento Europeo y de Naciones Unidas, fueron algunas de las actividades que me ayudaron a salir de mi zona de confort. Trabajar en el Departamento de Economía y Derecho Internacional mano a mano con catedráticos de Derecho Internacional Público y Derecho Comunitario fue gracias a apostar en mí, otro paso para dejar de lado mi timidez. Estas actividades hicieron que mi último año de la carrera fuera más activa.

El viaje que lo cambió todo:

Canadá vino justo después y fue el responsable de que finalmente decidiera ejercer como Abogada. Las clases allí nada tenían que ver con lo que había experimentado en Barcelona. La pasión de los profesores, la metodología de estudio y aprendizaje y las evaluaciones en forma de simulacros de Juicios y Arbitrajes, daban por concluida una etapa increíblemente mágica como estudiante.

Tras mi experiencia en el extranjero, volví a Barcelona, me colegié y comencé a trabajar en un despacho de abogados. De alguna forma, cumplí el sueño de la gran mayoría de estudiantes de Derecho: acabar la carrera y trabajar.

La realidad:

Todavía recuerdo la emoción de mi primer día de trabajo como Abogada, incluso la sensación que tuve al hacer mi primer juicio, el pánico de redactar mi primera demanda, los nervios de no conseguir cerrar un acuerdo extrajudicial o las noches en vela estudiando un tema. Esas primeras experiencias fueron indudablemente intensas y me sirvieron para comprender que había elegido una profesión muy dura en todos los sentidos y que si quería mantener esa emoción y apetito por aprender más y más de esta profesión tenía que ser capaz de no caer en la rutina y de alimentar cada día mi curiosidad por el Derecho y la Abogacía.

No obstante, con el tiempo mi relación con la Abogacía se fue apagando. La rutina pudo con la pasión que sentía por ella. Dejó de llenarme profesionalmente pero como me resignaba a pensar que eso me pudiera estar pasando me acabé obsesionando con ella. Es decir, continué bajo esa dichosa rutina que consistía en levantarme todos los días a la misma hora, para ver a las mismas personas desde mi pequeño pero cómodo despacho repleto de expedientes. Llegué a pensar que eso me gustaba. Que eso era lo que había soñado durante mucho tiempo, sin embargo, no era cierto. Dentro de mí, me decía que la Abogacía podía seguir aportándome más emociones. Que yo podía aportar algo más a este mundo.

En busca de mi propio camino:

Necesitaba buscar, recordar aquello por lo que un día me enamoré de ella, y sabía que no recuperaría aquello si permanecía en el mismo sitio, haciendo las mismas cosas y con la misma gente.

Así fue como decidí darme a mi misma la oportunidad de construir mi camino, trabajando en una Abogacía que fuera fiel reflejo de mi esencia, lo cual no era para nada un reto fácil. Quería poder decirme a mi misma que me dedicaba a una profesión increíblemente mágica, cercana, humana, atractiva y pasional.

Empecé a trabajar por mi cuenta. Por aquel entonces no tenía despacho. Trabajaba desde casa y mis clientes eran amigos y familiares. Evidentemente, con el paso del tiempo, todo fue cambiando y mejorando. Era cuestión de apostar y tener paciencia y ganas -muchas ganas-.

Al mismo tiempo que conseguía hacer crecer mi cartera de clientes, participaba en eventos de emprendedores, networkings, congresos, ferias, etc. Lancé mi Blog de Derecho y semanas después me lancé en YouTube. Todo esto pasó a finales de 2013. Hoy ya son 75 vídeos en mi Canal de Derecho. 75 vídeos que suman más de 131.000 reproducciones de seguidores principalmente de México, Colombia, Perú, Uruguay, Argentina y España.

Hacer algo diferente, me ha permitido conocer a gente interesante, ambiciosa y talentosa que hoy son amigos y clientes, que de alguna forma me han hecho ver que la Abogacía a parte de ser una profesión técnicamente dura, tiene su parte humana y a la vez misteriosa que hace que te enganches y te acabe enamorando.

Recuperar ese punto de conexión entre la Abogacía y yo, no sólo ha sido el principio de lo que hoy llamo “WITHLAW” sino el principio de una nueva forma de ver esta profesión, una nueva percepción de la Abogacía, que no entiende de tecnicismos solamente sino sobretodo de pasión.

Mi Blog y especialmente YouTube, me recuerdan cada día, que la Abogacía es humana. No se trata de normas escritas y protocolos puramente, sino de apostar por uno mismo. Y la Abogacía tiene eso. Ese punto de dificultad técnica que hace que cada día sea un reto, una invitación a superarte, pero al mismo tiempo ese lado humano de respeto, admiración y sentimiento por las personas que nos rodean.

No todo el mundo es capaz de apostar por si mismo y terminan dedicándose a una profesión que lucha por los sueños de los demás, que busca conseguir un mundo más justo y que está al servicio de la Humanidad. Y los juristas tenemos la suerte de poder decirlo, vivirlo y sentirlo.

Efectivamente, hablamos de amor por la Abogacía, que no de obsesión.

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